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El laberinto del minotauro

Me dijeron que querer es poder…pero no me enseñaron como.
Hace tiempo aprendí lo dura que se vuelve la vida en ocasiones, cuando de repente se tuerce todo sin motivo alguno. Hace tiempo me mostraron que la vida dura un segundo y que todo cambia y nada permanece.

Conocí el laberinto del minotauro.

 Caí ahí. O más bien, fue la vida quien me tiró en una de sus lecciones, quizá, y hasta la fecha, la lección más importante que me ha dado. Ahí es donde empieza mi verdadera historia,que hoy,quiero compartir contigo. Bienvenidos a mi laberinto.


Desperté allí, sin saber todavía, de que manera llegue a aquel horrible lugar.
Era oscuro, frió, triste, lúgubre, el lugar más inhóspito de la tierra. A mí alrededor, la nada más absoluta. Solo grandes paredes de piedra maciza que formaban pasillos unidos unos por otros entre sí. Y de fondo, las voces de lo que parecían personas aún atrapadas allí. Voces que solo me gritaban que corriera.

Sola sin más compañía que un chándal viejo y una taza de café, caí en aquel lugar en el que, hasta entonces, era el mejor momento de mi vida: joven, fuerte, y enamorada.

Con el paso de los días comprendí que por más que deambulaba por aquel lugar más me perdía. Iba sin rumbo fijo, a la espera de encontrar algún tipo de señal que me indicara donde estaba la salida. Y aquellas voces, aquellas malditas voces, no dejaban de gritar una y otra vez que corriera. Quienes eran, o de donde procedían, era algo que no supe hasta el final.
Mi estancia allí era angustiosa, estaba sola y muerta de miedo, sentía una horrible presión en el pecho y las piernas no me dejaba de temblar, sudores fríos me cubrían todo el cuerpo y sentía que a cada minuto que pasaba moría lentamente.
 A cada paso que daba,notaba su presencia, notaba la agonía que se siente cuando sabes que algo te persigue. Notaba como me acechaba en la sombra, esperando el momento exacto para abalanzarse sobre mi. Así que corrí, hice caso a aquellas voces. Corrí sin rumbo fijo, sin saber si el camino de la izquierda era mejor que el de la derecha. Corría, y él me perseguía. Corría y más me perdía. La idea de parar, darme la vuelta y enfrentarme a él era algo que jamás se me pasaba por la cabeza por qué me moría de miedo. Me aterraba la idea de pensar en esa situación, frente a él, cara a cara, mirándonos a los ojos. ¿Cómo era? ¿Quién era? ¿Qué me haría? ¿Qué me diría? ¿Por qué me perseguía?,¡oh dios por que estaba en esa situación!¡ por que a mí?!
Me pasé días corriendo, y escondiéndome, cansada y triste, seguía aislada, sola en aquel lugar tan horrible y con cada vez menos esperanzas de encontrar salida alguna. A medida que mi esperanza iba disminuyendo me di cuenta de que mi ser se estaba desvaneciendo, mis manos parecían más blancas de lo normal, mi piel se estaba volviendo translucida por momentos, y mi voz cada vez se parecía más a las de aquellas voces que no dejaban de decirme que corriera. Aquellas voces tristes y sin vida.
En eso me estaba convirtiendo, en algo carente de vida. Me estaba apagando poco a poco.
Comprendí enseguida que si no hacía algo al respecto acabaría siendo solo una voz que le gritaría a la próxima que cayera en aquel lugar un  “corre niña, corre que no te atrape”. Sabía que tenía que hacer algo, pero ¿con qué armas? No tenía absolutamente nada con que combatir. No era lo suficientemente fuerte para enfrentarme a algo que parecía tan horrible.
Siguieron pasando los días, y continuaba allí atrapada. El minotauro me daba tregua para recuperar el aliento, lo justo para que pudiera seguir persiguiéndome, parecía que aquello se había convertido en un juego para él, por que notaba como disfrutaba de aquel juego a lo lejos.
 Uno de los días, las voces me confesaron que la única forma de salir de allí, era enfrentándome a él, pero que todas aquellas valientes que se atrevieron a ello, nunca jamás regresaron. Las voces me ofrecían solo ayuda para escapar y esconderme, por los cada vez más estrechos pasillos de aquel mal oliente lugar, pero jamás para enfrentarme a él, pues era, según ellas, un auténtico suicidio.
No sabían cómo era, nadie le había visto nunca, pero aun así, le temían. Solo escuchar su nombre provocaba el silencio mas profundo en ellas.
 Echaba de menos mi vida, mi casa y mi familia, el sol por la mañana y los atardeceres desde mi terraza. Necesitaba el calor de un abrazo y el consuelo de mi madre, los te quiero de mi padre, y los besos de aquellos a quien tanto quería. Añoraba a mis amigos,con los que hasta aquel día, prometimos comernos el mundo a bocados. Comprendí que si seguía corriendo me quedaría allí atrapada, y lo perdería todo. A ellos, a mí misma, a mi vida... Nada ni nadie me garantizaba que saliera ilesa de aquella batalla, pero si las voces tenían razón y la única manera de salir de allí era enfrentarme al minotauro, no me quedaba otra opción.
Sí, era verdad, no tenía con que luchar, salvo mi taza de café, pero era hora de intentar salir de allí,fuera como fuera y costara lo que costara.
Así que llegó el día en que harta de huir, me detuve, y le esperé. Sabía que no tardaría en llegar, pues siempre me estaba acechando y notaba su presencia. Y no transcurrió mucho tiempo cuando, a lo lejos, una sombra oscura, negra como la noche más profunda, se acercaba sigilosamente hacia mí. No era más grande que yo, más o menos de mi estatura, algo flacucha, y con andares de grandeza eso si, como si supiera que ya había ganado la batalla y viniera victorioso a por su trofeo.
A medida que se fue acercando pude sacar más detalles de su apariencia, tenía lo que parecía una melena larga, una cintura no muy marcada y unas patas delgadas. Cuando lo tenía que pocos metros de mí, supe que aquella apariencia no correspondía a la de ningún monstruo horrible si no a la de una mujer, y por la apariencia, joven.
Fue, cuando la tuve a algo más de 2 metros de mí, cuando la vi con claridad.
Era como estar delante de un espejo, pero con distinta ropa, pues ella vestía de negro, y yo seguía con aquel chándal viejo lleno de agujeros.
No supe qué hacer ni que decir, me quede paralizada con la respiración entrecortada, como un bloque de hielo. 
 Nos miramos a los ojos en silencio, a la espera de ver quien de las dos atacaría primero,pero de repente, note como el suelo empezaba a temblar, el escenario cambió, pasé de estar en un corredor oscuro a lo que parecía una sala de hospital, rodeada por cajas y cajas de pastillas que no conocía, agujas y botellitas de cristal tiradas por el suelo que se rompían contra la suela de mi zapato, mil aparatos y papeles a los que no les sacaba lógica ninguna pero que por alguna extraña razón, sentía que mi nombre estaba impreso en ellos. Sillas de ruedas, camillas y bombas de oxigeno decoraban aquella sala, y mi mente poco a poco iba comprendiendo todo.

-¿Quieres salir de aquí?. Dijo con aquella voz tan gélida

No pude reaccionar. Me daba miedo, todo aquello, las agujas, las pastillas, aquella sala tan horrible, la cosa que tenía delante y que me miraba con la seguridad de alguien a quien no va a dejar escapar, aquella horrible presión en el pecho que ahora también se afincaba en mi cabeza...¿que demonios estaba pasando?
Me abrace, aun con mi taza de café en la mano, me agache y comencé a llorar todo el miedo que tenía dentro. Mientras, aquella cosa que tanto se parecía a mí, solo se reía y burlaba de mi. Sentí escalofríos y mil nudos en el estómago, quería vomitar y la presión en el pecho cada vez iba a más. Detrás de aquella puerta estaba mi libertad. Aquella puerta que ella tenia detrás.
Abrí los ojos, me levante e inspiré todo lo fuerte que pude, las piernas todavía me temblaban y a mi voz le costaba salir. La mire fijamente a los ojos y le dije:
-   
                         Puede que no tenga nada más que una taza de café, pero pienso cruzar sea como sea esa puerta.-  Se puso seria, como si aquellas palabras la hubieran herido gravemente


-                        No puedes. No sabes abrir la puerta.


-                      Pues lo intentare una y mil veces hasta que lo consiga.


-                     No puedes. No tienes fuerza.


-                       La golpeare todo lo fuerte que pueda, le daré patadas hasta que consiga tirarla abajo.


-                      No puedes. Te harás daño.


-                    Me recuperare, y seguiré.


-                   No lo entiendes verdad? No es la puerta sino lo que está delante de ella. No sabes, no puedes y tienes miedo.


Claro  que lo sabía. La vida me había  tirado al laberinto del minotauro en un momento crucial de mi vida, en un momento donde pasaba de ser una chica normal, a una con una enfermedad. La vida me estaba dando lecciones a cada momento, cada pasillo cruzado, cada voz escuchada, eran señales.
Lo que tenía delante no era nada más que un reflejo de todo el miedo que tenía.

Aquella sala de hospital, que se iba a convertir en un sitio ya habitual en mi vida. Las radiografías y aparatos a los que me tendría que someter cada poco tiempo para ver mi evolución, las malditas agujas a las que tanto pánico les tengo y que al menos una vez cada 4 meses penetrarían en mis venas para sacarme sangre, esos papeles que dirían lo que tenía, aquella inyección con mi nombre, mi resignación al saber que me había tocado a mi y no a otra….todo aquello que tanto miedo me producía, había tomado forma de persona y estaba impidiéndome avanzar. Yo era lo que me impedía avanzar, nada más. SOLO MI MIEDO.

Cerré con fuerza las manos en forma de puños, apreté los dientes y clave mi ojos en los suyos.


-                            Estoy muerta de miedo. Pero quiero vivir. Y lo voy a hacer, venga lo que venga y duela lo que duela.


Y sin pensarlo dos veces cogí carrerilla y me abalancé sobre ella derribándolas a ella y aquella puerta que tenía tras de sí. Gritaba y se sacudía con fuerza, pero cada segundo que me resistía más fuerte me hacía. Y poco a poco aquel lugar oscuro y sombrío iba desapareciendo. La luz volvía, y el entorno cambiaba.
Ella luchaba por mantenerme allí, por no dejar que me fuera de aquel lugar, pero ya era tarde, una luz nos envolvía a las dos y ambas sabíamos que aquello era el principio del fin.

-                                          ¿No vas a irte nunca verdad?

-                                    Puede que salgas de aquí, pero siempre voy a estar  presente en tus miedos, en tus dolores y angustias, en tu día a día Rosa, siempre voy a estar yo para recordarte que no puedes.


-                                   Vale,muy bien, no va a ser fácil, pero ahí estaré para   hacerte ver que sí puedo, y puede que a veces no lo haga sola y lo haga de la mano de quien me quiera ayudar, y puede que muchas otras no lo consiga, pero  te  aseguro que todas aquellas veces que lo haga tu quedarás en la nada más absoluta, porque voy a  luchar con uñas y dientes.                                       


-        Y mirándome con esos ojos tan penetrantes me dijo “ allí estaré cada vez que quieras seguir y crecer” y desapareció.

Volvía a estar en casa, volvía a estar en brazos de quienes me amaban y me ayudaban. Volvía a sentir, a oler, a saborear, pero esta vez con más ganas que antes. Porque ya nada era como fue entonces.
Supe lo que tenía que hacer a partir de ese momento, mi vida había cambiado por completo y no me quedaba más opción que luchar. Tenía muchísimo que asimilar y entender, mucho que llorar y mucho que perdonarme. Empezaría desde cero, como el bebe que da sus primeros pasos no sin tropezar. No sería nada, pero nada fácil, pues el minotauro ya me lo había advertido, siempre que quisiera avanzar y crecer, él estaría presente.
 Comprendí porque la vida me había tirado a aquel laberinto, supe al final de todo, que aquellas voces eran personas que como yo habían caído allí, pero que quedaron atrapadas por miedo a enfrentarse a su minotauro a la espera, quien sabe, de hacerlo algún día. Entendí que todos tenemos uno, que nace y muere con nosotros, que nunca se separa de nuestra sombra y que espera la mínima debilidad para hundirnos. 

Todos esos miedos, esa negatividad y toxicidad, esa oscuridad que a veces nos rodea, esa dejadez por la vida, TODO eso se concentra en el.


Y entendí también que la única manera de hacerme más fuerte y no volver a caer en aquel laberinto era enfrentarme a ella cada poco. Salir de mi zona de confort, bajar hasta aquellos rebecos y verme cara a cara con ella, de esa manera, aquellas veces en las que ella viniera a verme yo estaría preparada y fuerte para enfrentarme a ella.

Y lo acepte, puede que en alguna ocasión yo gane, y puede que en muchas otras sea ella la que venza, pero el mero hecho de haber intentado superarme y crecer, habrá sido una victoria para mi, pues el cambio esta en intentarlo una y un millón de veces hasta que salga. De esa manera por mucho creas haber perdido, en el fondo nunca lo habrás hecho.




-         
Y tu, ¿conoces a tu minotauro?



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